Un hombre como Picasso cuya curiosidad se detuvo en todas las disciplinas artísticas, aportando a cada una de ellas una visión nueva y soluciones imprevistas, no podría quedar ajeno al teatro. Tuvo relación con los Ballets rusos de DIagilev y estuvo casado con una bailarina Olga Khokhlova, musa de varias de sus obras.
En sus escenografías, Picasso no se limitó a seguir lo estipulado, sino que dentro de ese marco ya definido impuso interpretaciones muy diferentes. Al igual que en el resto de sus obras y de acuerdo a los principios cubistas, pretendía reencontrar la realidad profunda de las formas y de los objetos consiguiendo, en este caso una nueva manera de entender la escena, con otras dimensiones, distinta densidad y juego de planos, ya sea con una geometría arquitectónica que sugiere la estética de las ciudades o delimitando muy estrictamente ese espacio subrayando el artificio teatral.
Pero esta originalidad, no se circunscribe solamente a la escena, sino que tiene en cuenta la relación existente entre el actor o bailarín y el decorado concibiendo también los trajes en función de tales relaciones creando un vestuario de vanguardia.
Con los Ballets rusos, Picasso realizó la escenografía de varios de sus ballets, no exentos de polémica en la época por su originalidad transgresora, Parade, Pulcinella, El sombrero de tres picos, Le train Bleu, Cuadro flamenco y Mercure.
Hoy nombramos a Picasso con su aportación a estos Ballets que son poco representados en la actualidad pero que merecen ser recordados porque aunaron la vanguardia y la originalidad de un buen número de artistas.